A pesar de la victoria del PP y de la mayoría obtenida por los partidos del capital, el 20D supuso una fuerte sacudida a los cimientos del régimen del 78. Tras años de luchas en la calle y en las urnas, por primera vez en mucho tiempo, los partidos del establishment se han visto incapacitados para formar el próximo gobierno de austeridad.
Es un claro signo de crisis y descomposición del sistema: el poder, la clase dominante, no sólo no es capaz de garantizar la gobernabilidad del estado, sino que incluso tiene problemas para mantener bajo control a sus propios partidos. A día de hoy, un PP intrínsicamente corrupto está lleno de batallas internas, imputaciones, acusaciones… A pesar de haber aguantado significativamente bien la cita electoral, su liderazgo como principal partido de las clases dominantes españolas parece mostrar claros signos de debilidad, hasta el punto que sólo su permanencia en el poder le mantiene unido. Al mismo tiempo, el que pareciera su relevo natural, Ciudadanos, no parece en disposición de dar el sorpasso en la derecha española.
Por su parte, dentro del PSOE también se libra una batalla inmensa por su dirección. Las limitaciones que ha mostrado la antigua socialdemocracia europea a la hora de afrontar la crisis le condenan a la inestabilidad y le auguran un futuro negro. La próxima cita electoral va a ser clave para su futuro, sobretodo si pensamos que muy posiblemente van a tener un papel clave en cualquiera de las diferentes posibilidades de gobierno.
Todas estas contradicciones van a tener aun un peso más significativo después del 26J. Sea cual sea el resultado electoral, lo que es evidente es que cualquier posible nuevo gobierno proausteridad va a ser mucho más débil que la actual mayoría absoluta del PP, por lo que va a tener muchas más dificultades para implantar recortes y por lo tanto va a ser mucho más permeable a la presión de la calle.
Por parte de la izquierda, el acuerdo entre Garzón e Iglesias para la formación de la candidatura Unidos Podemos supone un hito muy importante. Tras un periodo postelectoral de negociaciones llenas de postureo que han llevado a la mayoría de votantes al hartazgo sobre la situación, la formación de la candidatura única ha llenado nuevamente ilusión y esperanza a un movimiento que lleva años de lucha tanto en la calle como en las urnas, sin victorias significativas.
Según todas las encuestas, Unidos Podemos está en disposición de lograr el segundo puesto en las nuevas elecciones e incluso no es descartable que luche por el primero. Desde SR apoyamos activamente esta candidatura y trabajamos para convertirla en una verdadera herramienta de transformación social. Se han acabado los tiempos en los cuales los resultados electorales de la izquierda eran marginales y se ha abierto un periodo donde hemos visto y vamos a seguir viendo a estas formaciones en posiciones de gobernabilidad.
Aún a pesar de esta buena noticia, no hay que dejar de señalar que queda mucho camino por recorrer y que las experiencias de Syriza en Grecia o de los ayuntamientos del cambio en el estado español muestran que no es suficiente con conquistar el poder institucional para dar respuesta a las necesidades más urgentes de la clase trabajadora. La clase dominante, organizada más allá de los partidos políticos que la representan, tiene muy claro que sólo pueden mantener sus privilegios atacando y rebajando los derechos y los niveles de vida de los trabajadores. Esto es lo que se acaba traduciendo en las políticas de austeridad que hemos visto durante los últimos años y eso no va a cambiar por mucho que los partidos que representan a los trabajadores ganen elecciones. Como hemos repetido en muchas ocasiones, los cambios profundos no se dan a través de las instituciones, sino a través de las luchas en la calle, en los centros de estudio y en las empresas. Y esos cambios no son posibles siguiendo las normas que marca el marco capitalista. Dicho de otra manera, sólo mediante un programa rupturista es posible acabar con la actual crisis sistémica que nos lleva a una vida de miseria y falta de derechos. Desgraciadamente, el programa de Unidos Podemos aun está lejos de recoger esas medidas rupturistas (nacionalización de la banca y otros sectores estratégicos, impago de la deuda, inversión pública masiva, derecho efectivo de autodeterminación) y luchar por que dichas medidas sean la base del programa es una de las principales tareas que los marxistas revolucionarios tienen ahora mismo encima de la mesa.
Al mismo tiempo, valorando muy positivamente el acuerdo, es evidente que éste ha tenido lugar de forma cupular, es decir, por acuerdo entre las direcciones y el resultado aún está lejos de ser un verdadero frente único desde la base. Dicho frente debería tener espacios de debate y trabajo conjunto en las bases. Esos espacios han de servir para poner en contacto a los mejores activistas venidos de las diferentes organizaciones, tradiciones y movimientos y ha de ser desde ese contacto y trabajo conjunto que se alcancen conjuntamente las conclusiones correctas. Sin una verdadera movilización democrática desde la base se corre el riesgo de que Unidos Podemos se convierta en una herramienta burocrática que sólo se mueva en el plano institucional y que acabe siendo un peso muerto para el movimiento.
Un posible pacto de gobierno con el PSOE, posibilidad que no dejan de repetir desde la dirección de Podemos, imposibilitaría llevar a cabo las dos tareas que señalamos como más importantes para el movimiento en la coyuntura actual: lucha por un programa de clara ruptura con el capitalismo y el régimen del 78 y lucha por una organización verdaderamente democrática desde la base que se movilice activamente por sus derechos. Cualquier pacto de gobierno con un partido proausteridad implica el seguir haciendo recortes o lo que es lo mismo, gobernar contra los intereses del pueblo trabajador.
Más allá de las medidas rupturistas anunciadas más arriba, la primera de las actuaciones tiene que ir encaminada a dar respuesta inmediata a las situaciones de urgencia que viven millones de personas mediante un plan de emergencia social que sólo es viable aplicar rompiendo con los actuales techos de déficit y otras imposiciones venidas desde la Troika. Hay que ser consciente de que cualquier acción de este tipo nunca va a ser llevada a cabo con el beneplácito de la verdadera clase dominante y que por lo tanto no tiene sentido buscar el acuerdo con dicha clase. Esto significa que ante un inevitable enfrentamiento desde el gobierno contra la clase dominante, sino estas armado con un programa rupturista y una movilización sostenida acabas capitulando ante el sistema (como en el caso de Syriza en Grecia) y convirtiéndote en un gestor más de las migajas del capitalismo.
Ese proceso de movilización y presión desde la calle debe de empezar ya, desde la misma campaña electoral que ha de servir como punto de partida de un plan de acción continuado que luche por una verdadera transformación social.